ALMA AL AIRE
manifiesto
escuchá
El rasgo político distintivo del progresista, para mí, es la oblicuidad. No del progresismo, del progresista. De nosotros, los progres.
En alguna parte de nuestro imaginario existe una voluntad de hacer algo, pero claramente el camino a través del cuerpo, los músculos y la motricidad es un laberinto sin fin.
Por eso el territorio de lucha del progresista es la abstracción: peleamos contra el hambre, así, en general, pero no contra el hambreador que tenemos en frente; lo hacemos contra el patriarcado, pero no contra la violencia machista que ejerce nuestro colega sobre la compañera de trabajo; condenamos la desigualdad económica, pero no nos tiembla la mano si podemos ventajear a otros, incluso complotando; repudiamos la violencia en cualquiera de sus formas, pero damos vuelta la cara cuando la vemos encarnada y desplegada justo en nuestra nariz o por nuestra propia mano. Tenemos excusas al dedillo. Nos sobran los motivos, especialmente los pseudointelectuales, y tenemos las armas emocionales de destrucción masiva. Un laberinto de imaginería, bordado semindustrial, semiartesanal.
Ni siquiera en el peor de los casos, cuando distraídes entronamos a los ejecutores de la injusticia y la crueldad en nuestros gremios, en las conducciones políticas, a la cabeza de nuestras instituciones, dejamos de combatir el mal que los domina. No apuntamos contra ellos y parece que los encubrimos, pero en verdad estamos socavando el mal que los posee. La astucia del silencio, la sagacidad de la circunspección.
Es cursi, claro. Eso somos, eso nos hace populares. Nuestra lucha es profunda y compleja; no nos molesta el estigma de parecer distantes, cobardes y perezosos. Somos contempladores sentimentales de un mundo que repudiamos en abstracción, de manera oblicua, tangencial, indirecta . Y funciona, eso es lo importante.
La única manera de ser pueblo y gozar es evitar las confrontaciones con las que sector popular debe lidiar. Y evitar amucharse con el populacho.
Es mejor ser caniche del patrón, del partido, de la agrupación o de cualquier autoridad, que morder las manos o tobillos del poder y dormir afuera. Se puede ser caniche luchón, pero oblicuo.
Nuestro enemigo es el espíritu de las cosas malas del mundo, no las cosas o personas. Soltamos el alma al aire ante cada hecho horroroso, que luche y luche contra los espíritus malditos, mientras parecemos inertes, la procesión angelical va sudando por dentro. Estamos satisfechos por darlo todo siempre, sin molestar a nadie.
Hablo en plural porque podrán ver nuestros cuerpos individualizados, pero contamos con un ejército celestial en el campo de batalla. Tengo tantes hermanes angelicales que no los puedo contar.
Por eso lanzo mi alma al aire para luchar por la democracia, en contra del espíritu injusto de la justicia argentina que condena a CFK, pero no me pidan que lo haga contra la justicia misionerista que persigue a nuestros compas docentes (acá es otra democracia, como menor, no es la principal). Allá va mi ángel contra la degradación universitaria y científica que produce el ajuste de Milei, pero no me pidan que lo haga contra los cómplices articuladores locales, correa de transmisión de la crueldad: ellos solamente son víctimas de posesión de las fuerzas malignas del cielo.
Nuestra democracia no se toca, hagamos crujir las tangentes para defenderla. Si no se rompen, se hacen más fuertes, más comedidas e indirectas: la estrategia de la victoria silenciosa.
Es lo que puedo dar, mi alma progre, mis emociones oblicuas; mi ángel guardián indirecto de todo lo que está bien, aunque no tenga la frontalidad que se espera.
Jamás callarán mis sentimientos: ¡ángeles del mundo, únanse!